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Paolo Guerrero era (es) un insumo de alegría indispensable para la vida de los peruanos, tanto así que desde Brasil llenaba (llena) las tapas de los diarios deportivos a punta de goles. Era (es), simbólicamente, todo esto junto: La llave maestra de la puerta. La televisión. El control remoto del televisor. El café de las 8 de la mañana. La computadora. El sexo casero. Las vacaciones. La gratificación. El celular. Internet. El fulbito. El fulvaso. El cebiche. Los Chistosos. El buen bróder. El Metropolitano. El Metro. La china para la combi. El pollo a la brasa. El periódico. RPP Noticias. La inca kola. La coca-cola bien helada. La chicha morada. El pisco sour. El pan con chicharrón. El arroz con pollo. El ají de gallina. La tarjeta de crédito. Mistura. La yapa. El fiado. El clásico Alianza-Universitario. Los feriados largos. El cocinero Gastón Acurio. La inimitable Eva Ayllón. La boquita de caramelo Natalia Málaga. El gran Lucho Quequezana. El genio Juan Diego Flórez. El Nobel Mario Vargas Llosa. La iridiscente Monique Pardo. Mi querido Melcochita. El policía honrado. El juez severo. El fiscal valiente. El congresista productivo. El candidato sin coimas.

Todo eso representaba (es) el capitán en una sola persona. Y esperamos su vuelta.

Y se llama Paolo, con P de patria, la A de la alegría, la O del olfato, la L del líder, la O del ole. Guerrero es el mismo Perú, y por eso extrañaremos su juego macho en el ataque frente a Nueva Zelanda, que desde luego brincó de contento al conocer la noticia del doping. Que los ruegos de doña Peta nos ayuden en estos partidos del repechaje mundialista y alejen la mala suerte que siempre está metiéndonos autogoles. ¡Arriba, Perú!