Una de las estrategias más recurrentes de Pedro Castillo para sostenerse como sea en la presidencia de la República hasta el 2026, es la de victimizarse. En plazas y calles del interior del país dice que se han ensañado con él porque es un hombre de campo. Por su puesto, siempre la culpa es del otro. No reivindica ningún error y menos alguna señal de corrupción en su Gobierno. Se dedica a tirarle barro al que lo critica para sentirse más limpio.

La gestión de Castillo no se basa en los aciertos, exponiendo al país a resultados muy malos. Esa es la razón principal de su desaprobación, que no solo se observan en las encuestas sino también en las calles. Para muestra un boton. Hace poco ha sufrido abucheos y gritos de protesta en Arequipa, Huánuco y Piura.

Es evidente que el Gobierno no ha podido darle coherencia y eficiencia a la administración pública, principalmente por su alto grado de improvisación. Y para colmo, hay delincuentes que han tenido supremacía en algunos niveles de conducción de la presente gestión, que han desencadenado un nivel de corrupción que paralizan al Perú.

Ante este panorama, decir que no lo quieren porque hay mucho racismo en las críticas que le hacen es puro pretexto. Lo fundamental es que no tiene conocimientos ni capacidad para enfrentar con responsabilidad, sin odios ni mezquindades, la crisis que golpea a todos los peruanos.