Se termina el 2020. Para muchos hay la sensación que el tiempo se detuvo porque no dimos ni un paso adelante. Otros dicen que por culpa de la clase política hemos caminado para atrás. No solo por las pugnas y disputas entre Ejecutivo y Legislativo, que generó que tengamos tres presidentes en un año y una situación de ingobernabilidad sino también por las iniciativas legales del Congreso, de claro tinte populista.

En los últimos días del año, el Parlamento ha aprobado leyes que fijan los salarios de los agricultores de empresas agroexportadoras y pone topes a las tasas de interés cobradas por las entidades financieras. Es evidente que este intervencionismo nos remite a épocas que los peruanos creíamos haber superado. Se ha impuesto la virulencia verbal de ciertos predicadores que cayeron en la tentación de solucionar todo a través de la demagogia.

Si somos conscientes que el restablecimiento de la confianza es una condición necesaria para la reactivación económica del Perú, estas medidas no ayudan en nada a crecer como país. Si no hay equilibrio y estabilidad, lo único que aumentará es la incertidumbre.

La irresponsabilidad y ceguera de los congresistas es tal que no se dan cuenta que la ley sobre los topes de las tasas de interés afectan a cooperativas y cajas municipales que desde hace tiempo trabajan por una inclusión financiera en todos los rincones del Perú.

Los parlamentarios parecen saber muy bien lo que no les gusta, pero carecen de la más mínima idea de lo que conviene hacer en favor de la mayoría de peruanos.