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La historia dirá que Real Madrid obtuvo su décima primera Champions un sábado de otoño en Milán. Contará que los blancos tuvieron que bregar hasta el final, y que recién en los penales su estrella máxima, Cristiano Ronaldo, decidió el partido y escribió con letras marquesinas que el Real es campeón de nuevo.

Pero hoy, con el partido recién acabado y los dedos calientes, me permito contar otra historia. Una que termina un segundo antes de que Cristiano Ronaldo patee hacia la izquierda de Oblack. Una historia que se olvidará con el transcurrir del tiempo y que terminará reducida a una estadística lejana que apenas indicará quién fue el vencedor y el vencido en un encuentro que rozó la épica.

Más allá de los millones de euros que distancian un equipo de otro, fue un partido de poderes similares. Cada quien se aferró a buscar el contexto donde explotar sus mayores virtudes. Atlético presionó desde el inicio, buscando que el Real comenzara a encadenar errores. Pero los de Zidane estuvieron finos en la primera etapa. Lejos de desesperarse ante la presión intensa de los “colchoneros”, el Madrid encontró claridad en sus ataques -siempre rápidos, verticales y apelando al pase quirúrgico de Modric y Casemiro- y llegó con peligro en repetidas ocasiones al arco de Oblack.

Hasta que llegó el entretiempo y el “Cholo” hizo lo que mejor sabe hacer. Replanteó el partido, pero por sobre todo supo imprimir en sus jugadores la idea de que la gesta era posible. Que la diferencia entre el campeón y el perdedor del día podía estar en el tamaño del corazón, y ese partido no lo podían perder.

Así que el Atlético comenzó el segundo tiempo queriendo comerse Milán entero. Comenzó a encadenar paredes y toques a velocidad, y solo entonces el Real se desesperó y cedió el protagonismo a los del “Cholo”, que una vez tuvieron la pelota no volvieron a prestársela a los de camiseta blanca. Y como casi siempre sucede, cuando parecía que el Real se recomponía del juego agresivo y asfixiante del Atlético, justamente entonces marcan los “colchoneros” y todo vuelve a empezar.

El penal de Ronaldo hizo que todo se esfume. Volvió en estadística un concierto de talento, táctica y esfuerzo extremo. Todo se olvidará y quedará apenas la foto de los ganadores alzando la “Orejona”. Por eso escribo apurado. Para no olvidar a Godín partiéndose el alma para llegar a un cruce imposible, o a Marcelo en una corrida memorable para llegar a una pelota que no debería ser alcanzada por nadie en este mundo. Para no olvidar que a veces el fútbol puede regalarnos momentos cumbres, donde la felicidad y la tragedia lo decide apenas un penal agónico que pudo o no pudo ser.