Europa no puede ni debe sucumbir. Esa es la consigna con la cual Ángela Merkel, canciller de Alemania, y Emmanuel Macron, presidente de Francia, acaban de lanzar una propuesta económica conjunta -desembolso de unos 500,000 millones de euros no reembolsables-, para que los países de la Unión Europea más castigados por la pandemia, no se queden en las profundidades de la crisis que viene dejando a su paso. En efecto, conscientes de que hallándose varios -son 27 y ya no incluye al Reino Unido que se retiró en enero de este año- casi en estado agónico, se apresuran porque, constituyendo un solo bloque, la vulnerabilidad los va a arrastrar como tal. Es el precio de un continente que mirándose al espejo luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), se dio cuenta que su existencia internacional dependería de su capacidad para forjar la unidad económica, que sí logró. No lo hacen, entonces, gratuitamente, pero tampoco es para restarle méritos a una iniciativa en que Macron en ascenso y largo techo político, busca recuperarse del reciente revés político de su partido, que ha perdido la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. No debe entenderse que se trata de una suerte de Plan Marshall del siglo XXI. Nada de eso. En esta ocasión la ayuda no es exógena -el plan lo propuso y decidió EE.UU. en 1948-, sino, que ha sido promovido desde las propias entrañas del viejo mundo. La pandemia ha desnudado que Europa -con 1,9 millones de contagiados y 168 mil muertos por el coronavirus-, con países considerados verdaderos referentes como Italia, España, Francia, no era la imbatible región que se creía.

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