El panorama electoral refleja fragmentación política, escepticismo ciudadano y discursos que buscan audiencias más que consensos. Participarán más de cuarenta agrupaciones, muchas sin estructura orgánica ni propuesta programática. Lejos de ser una anomalía local, esto responde a una tendencia global: el debilitamiento de los partidos como canales de representación frente al ascenso de plataformas digitales, donde la militancia ha sido desplazada por la lógica de la viralización. En la actualidad, la política se construye más desde las redes que en las plazas. Los partidos tradicionales pierden peso ideológico y los nuevos aún no encuentran un lenguaje eficaz. El liderazgo carismático ha sido sustituido por figuras “autenticadas” en redes, no siempre competentes ni propositivas.

En los sectores denominados conservadores, el llamado capitalismo popular y diversas izquierdas compiten con narrativas que, desde la mirada ciudadana, suenan repetitivas: “más de lo mismo”; entre votantes jóvenes y urbanos predomina la desconfianza en las promesas y la exigencia de resultados tangibles. En este contexto, candidatos con experiencia demostrable en gestión pública y capacidad para conectar emocionalmente con logros del pasado, sin caer en nostalgia vacía, tendrán cierta ventaja. También quienes dialoguen con honestidad con sectores informales y regiones extractivas, sin idealizarlos ni estigmatizarlos.

Las campañas exitosas articularán esperanza sin demagogia y propuestas sin tecnocracia vacía. Escuchar, conectar y narrar estratégicamente serán claves en un Perú que aún busca reconciliarse con su clase política.