“Conspicuos” dirigentes del partido Perú Libre, han mostrado de muchas formas su vena autoritaria y hasta dictatorial. Desde el desprecio a las denominadas “pelotudeces” democráticas y la amenaza de no dejar el poder en caso de llegar a él, recogidas a través de audio del congresista Bermejo, pasando por los mensajes en redes sociales del actual premier y del propio presidente del partido, los cuales contrastan significativamente con los “gestos” del ahora presidente Pedro Castillo, como la firma de la “Proclama Ciudadana” con la que se comprometió públicamente a respetar las instituciones democráticas, la Constitución y dejar el poder el 28 de julio del 2026, promesas de las cuales no tenemos certezas, despintadas además a través del curioso silencio presidencial.

Los peruanos hemos apostado, a través de los años, a múltiples candidatos que se irguieron como los lideres “salvadores” del país y que traicionaron groseramente la ilusión y confianza popular, hoy sometidos a graves acusaciones por diversos delitos o presos; hemos tenido una representación política muy fragmentada, en pugna permanente e inédita, que nos ha llevado solo en los últimos 5 años a tener 4 presidentes y 2 congresos, y cuya naturaleza toxica y lesiva se vislumbra aun sin respiro en nuestra actual coyuntura. El país está dividido, qué duda cabe, y el conflicto continúa, bajo la hoy atenta “vigilancia” ciudadana. La democracia peruana esta acosada por el extremismo, la duda, la desconfianza y la pérdida de un norte claro que nos pueda unir como ciudadanos hacia la gran tarea de reconstruir el país. Carecemos de un líder que convoque, que enamore y que inspire con empatía y sencillez a todos los ciudadanos a caminar juntos, a generar riqueza, innovación, puestos de trabajo, recursos para el desarrollo y bienestar general; tenemos en cambio, a un dirigente empoderado por unas elecciones (dudosas para muchos), que parece no entender todavía cuál es la misión que él mismo quiso asumir frente a la Nación, subordinado a su propia falta de experiencia, clientelismo político y escaza humildad, que lo vuelve casi incapaz de convocar a los mejores cuadros profesionales dispuestos a acompañarlo en la enorme tarea de gobernar el país. Vivimos una zozobra permanente entre anuncios, muchas veces temerarios y arrogantes, de diversos ministros y altas autoridades que parecen no tener brújula ni coordinación alguna entre si y que denotan desgobierno y hasta irresponsabilidad. Recordemos, con realismo, que las elecciones terminaron ya, y es hora de gobernar. Las mal llamadas “pelotudeces” democráticas son precisamente, las banderas sagradas de nuestra libertad.