No hay duda de que últimamente en todo le está yendo muy mal al presidente de México, Enrique Peña Nieto. Ayer, de visita en el estado de Guerrero, se le cayó la torta que le había obsequiado con tanto esmero la gente del lugar. Ha sido una situación absolutamente fortuita, pero igual sus detractores no lo han perdonado y se han burlado de él in extremis. El presidente azteca, quien cumplió 49 años de edad y retomó la senda del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el poder al ganar las elecciones del 2012, a estas alturas de su gobierno se encuentra prácticamente debilitado. Su incapacidad para sostener un pedazo de torta ha sido comparada con su incapacidad para afrontar la regencia del Estado de la manera más digna para un país tan grande como México. Peña Nieto ya no resulta creíble ni confiable para la inmensa mayoría de mexicanos. Ha desencadenado este desencanto la desaparición -hasta ahora sin rastro de encontrar a los culpables- de 43 estudiantes en Cocula, al sur de la capital. No hallar a los responsables del asesinato le está haciendo un enorme daño a la democracia en el país y en el continente. La fuga del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán de la cárcel el “Altiplano”, de máxima seguridad en el país, ha escandalizado a la sociedad mexicana, pues revela cómo el imperio de la corrupción ingresa de manera transversal en su vida cotidiana. En este asunto el gobierno de Peña Nieto tampoco ha sido capaz de encontrar a los responsables. Parece que al Presidente el cargo le ha quedado muy grande. Es muy grave que las encuestas no lo ven como un referente en el país y, lo que es más complejo, sin liderazgo, desnudando que por su actuación el gobierno se ha vuelto sumamente vulnerable.