La derrota ante Chile nos hizo perder más que un partido de fútbol. Reveló con nitidez lo peor del carácter peruano. Desde el uso de malas artes para molestar al rival en su descanso nocturno hasta pifiar el himno chileno pretendiendo “bajar” al rival, quedamos a la vista internacional como lo que somos: un conjunto de pobladores que conviven en medio de la barbarie y la anarquía.

Como si fuera poco, apareció otro rasgo peruano: la falta de convicción y el carácter blando. Ya salieron los primeros iluminados pidiendo la renuncia de Gareca. Sí, la renuncia del mismo entrenador al que consideraron -como en su momento a Markarián- algo así como el “Mesías” que resucitaría nuestro alicaído fútbol por obra de un milagro y nos expiaría de los pecados anteriores que nos llevaron a la debacle futbolística.

Para poner la cereza en el pastel, algún periodista televisivo rompe en supina “piconería” y al aire y en high definition se “cuelga” del grafiti dejado por el equipo chileno para despotricar en su contra como “irrespetuosos” luego de que les pifiamos el himno. Y hace más: se “cuelga” de una crítica uruguaya contra Chile por ese grafiti acusándolos de “cenicienta agrandada”. ¿Somos serios? Donde teníamos que demostrar nuestra enjundia era en el gramado del Nacional de Lima y ganar el partido. Colgarnos del brazo uruguayo no nos hace fuertes, sino nos hace parecer más chicos, más débiles, más acomplejados y hasta más envidiosos.

Si nos quedábamos callados, aun con el 3-4 en contra, quedábamos mejor. Hubo hasta un periodista muy conocido que antes del partido decía en TV que “se podía perder con cualquiera, pero no contra Chile”. Otro rasgo peruano. Propongo que cambiemos esa embrutecedora manera de pensar. Perdamos contra Chile, pero ganemos todos los demás partidos. Verán que vamos al Mundial y no lo seguimos viendo por TV mientras los sureños siguen festejando. Si contra algo debemos revelarnos, es contra nuestra propia mentalidad.

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