Mientras para el gobierno del Perú el ranking de Bloomberg que nos coloca como el país más estable en la región, cayó del cielo, para la oposición fue un verdadero baldazo de agua fría. Lo único incontrastable es que el resultado de la prestigiosa medidora que nos coloca primero con 56,28 puntos, lo que dice en cristiano es que el Perú es visto como el Estado más estable y con menos riesgo de deteriorarse. Si se reconociera la exacta dimensión de lo justo, en estos momentos tirios y troyanos habrían declarado las bondades de haber sido así calificados, por encima de Chile (52,79) y Colombia (42,05), nuestros vecinos y socios en la Alianza del Pacífico junto a México, que se hayan en segundo y tercer lugar. Este resultado tapa la boca a aquellos que decían visceralmente que nuestra economía estaba de mal en peor. Aun cuando factores externos como el precio de los metales en el mercado internacional siempre están en alza y ayudan, sería mezquino creer que este resultado ha llegado en piloto automático al gobierno del presidente Castillo. Dos elementos han contribuido a nuestra reconocida estabilidad financiera y por supuesto que entre ellos no está el político, más bien convertido en nuestra mayor vulnerabilidad. Sin duda, el manejo acertado y a discreción de la economía de lo contrario una gestión irresponsable nos hubiera liquidado en el acto, y sin duda, la vacunación masiva de nuestra población. Estando en la cola del continente durante todo el 2020 y el primer cuatrimestre de 2021, los avances en comprar vacunas y aplicarlas a la población en el último semestre de 2021, han sido realmente notorios y notables y no debemos callarlo. A la fecha, el 76% de peruanos recibió una dosis, 70,3% dos dosis y 27,1% la dosis de refuerzo. Jamás podría haber reactivación económica con una población contagiada y enferma. Ya sabemos, entonces, que la estrepitosa subida del dólar en los últimos meses se ha debido al factor político, primero por contar 4 gabinetes en menos de 6 meses con ministros cuestionados, y segundo, por una oposición obsesionada con la vacancia o la renuncia del mandatario. La mal llamada tregua, pues no estamos en ninguna guerra, debería permitir que nuestra clase política priorice los intereses nacionales y respete la agenda democrática consagrada en la Constitución. Así, nos irá mejor.