Una de las razones por las que la política antisubversiva de Alberto Fujimori tuvo éxito en la década de los noventa fue el apoyo popular que recibió de las rondas campesinas en todo el país. Sendero Luminoso utilizó y dio la espalda al pueblo que supuestamente decía reivindicar, masacrándolo y condenándolo al terror. En esa historia existían dos lados: el opresor y el oprimido. En el medio, el Estado, que debía encargarse de defender al oprimido e instrumentalizar su defensa y la del orden institucional.

Treinta años después, ya no nos enfrentamos a ese Sendero Luminoso, ni se distinguen dos lados claros en esta historia. Lo que existe es un gran porcentaje de peruanos viviendo de la ilegalidad en diversas actividades económicas: tala ilegal, minería ilegal, transporte ilegal o informal, contrabando y, por supuesto, el eterno narcotráfico.

En esta oportunidad, no lidiamos con ideologías obsoletas y terroristas, sino con el funcionamiento caótico de un capitalismo mayoritariamente ilegal, con una línea muy delgada entre lo informal y lo ilegal, y en el que el 70% del empleo está concentrado en actividades económicas informales que representaron poco menos del 20% del PBI nacional en 2024.Vale la pena preguntarse, entonces, en esta nueva reconfiguración de nuestra sociedad y economía, si existen dos bandos o se trata de uno solo: el de un Perú mayoritariamente ilegal. ¿Quiénes conforman ese otro Perú no ilegal y cuáles son sus posiciones, condiciones y expectativas? En buena cuenta, ¿sabemos qué estamos defendiendo y quiénes lo están defendiendo? Sin cambios, se nos vienen décadas más que complicadas, estimados compatriotas.