Perú ha experimentado una gran transformación económica en las últimas dos décadas. Entre 2002 y 2013, el país creció a un promedio del 6,1% anual, reduciendo la pobreza y atrayendo inversión extranjera. Sin embargo, el crecimiento se desaceleró a partir de 2014, y hoy enfrenta desafíos que limitan su potencial.

Uno de los problemas más graves es la baja productividad, influenciada por regulaciones laborales rígidas, escasa inversión en innovación y altos niveles de informalidad (77% en 2023). Además, el crecimiento económico ha dependido en gran medida del consumo, sin un aumento significativo de la inversión ni del capital humano. El informe del Banco Mundial ha elaborado para el Perú este año, subraya la urgencia de reformas en tres frentes. Primero, la modernización del sector minero mediante un enfoque de sostenibilidad que garantice beneficios locales y fomente la inversión privada. Segundo, la eliminación de barreras al crecimiento empresarial, reduciendo la burocracia y flexibilizando el mercado laboral. Tercero, la mejora de la eficiencia del gasto público, optimizando la planificación y ejecución de proyectos de inversión.

A pesar de estos desafíos, Perú tiene una oportunidad única. La transición energética mundial aumenta la demanda de minerales estratégicos, y el país podría beneficiarse si logra atraer inversiones sostenibles. Además, cerrar brechas de género y fomentar la adopción tecnológica pueden incrementar la productividad y acelerar el crecimiento.

Si se implementan reformas estructurales, Perú podría alcanzar el estatus de país de ingreso alto para 2045. La clave está en combinar estabilidad macroeconómica con medidas audaces que impulsen la inversión, la productividad y la equidad territorial.