Es inaceptable que el exguerrillero y hoy presidente de Colombia, Gustavo Petro, insista en meter sus narices en el Perú, a donde nadie lo ha invitado, y cuestione al gobierno por las acciones que está tomando para restablecer el principio de autoridad y devolver la tranquilidad a los millones de peruanos que están cansados de la violencia generada por la vacancia del golpista Pedro Castillo.

Ayer el premier Alberto Otárola ha respondido los comentarios impertinentes de este sujeto que debería estar más interesado en atender los problemas de su país, especialmente los de violencia que tienen su origen en el accionar en grupos terroristas y asesinos como los que integró el hoy mandatario que ahora pontifica sobre defensa de derechos humanos.

Lo mismo ha sucedido ayer con el presidente boliviano, Luis Arce, quien ha señalado que en el Perú hoy se está luchando por recuperar la democracia. Este triste títere de Evo Morales se ha puesto del lado del golpista Castillo y de quienes quieren derrocar un régimen a punta de pedradas y llantas quemadas.

El gobierno peruano debería actuar con más energía ante las intromisiones de Petro y el que habla por Evo Morales. Ya se hizo con México y tocaría hacerlo con el gobierno actual de dos países hermanos que lastimosamente han caído en manos de personajes empeñados en enemistarse con la administración de Lima que aunque no le guste, tiene legitimidad constitucional.

El país tiene suficientes problemas internos como para tener que soportar los ataques de estos enemigos del Perú que se han puesto del lado de los golpistas y de los que han salido a las calles no a protestar en forma pacífica, sino a cometer actos delictivos que ningún estado de derecho puede permitir.