En el Perú, el índice de delincuencia ha aumentado alarmantemente. Según la base de datos de la PNP, en el primer trimestre del año 2021 se registraron 12,462 denuncias por robo; en el primer trimestre del 2022 subieron a 20,030 y en el 2023 se elevaron a 26,652; pero, estas cifras son únicamente las registradas “oficialmente”. Existen miles de ciudadanos que son asaltados diariamente y prefieren guardar silencio. El crecimiento de la cifra de robos, así como la aparición del “sicariato” y otras modalidades agravantes, son un indicativo claro de que nos encontramos sumidos en una abrumadora ola de delincuencia e inseguridad.

Muchos asaltos terminan en la lamentable muerte de los agredidos, sea en la vía pública, en sus viviendas o negocios. Cuando ello ocurre, todos tenemos mucho que lamentar. La queja ciudadana es constante: “no hay efectivos policiales que ofrezcan al menos la sensación de seguridad en las calles”, “no hay un patrullaje permanente, coordinado y sostenido”. Hay mil excusas que acompañan mil lamentos. Lo cierto es que la criminalidad organizada a nivel de “banda” opera con total impunidad. Cuando algún ciudadano o su familia es violentada (como ocurrió hace poco dentro de un chifa en Villa El Salvador) y la víctima se “autoprotege” usando su arma de fuego, ésta termina detenida ante el estupor de sus seres queridos y opera lo que parece ser el mundo al revés. Pareciera que no hay justicia para quien, ante un peligro inminente y en uso legítimo de su derecho de defensa personal, mata a un delincuente, pues enseguida aparecen padres y familiares llorosos clamando “justicia” y “reparación” no para el agredido, sino para el agresor! Gilbert Keith Chesterton decía magistralmente hace más de 100 años, que los ladrones respetan la propiedad privada, y que solo desean que la ajena se convierta en propia para “respetarla mejor”.

Mientras sigamos viviendo esta incertidumbre y la poca acción de las autoridades, la legitima defensa seguirá siendo una prioridad y seremos los ciudadanos los que tendremos que defender nuestras vidas y la de nuestros seres queridos, esperando que el Estado nos proteja y no proteja, finalmente, al pobrecito ladrón.