La Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 (que entró en vigencia en el año 1964 y sigue hasta hoy) señala en su artículo 41, incisos 1 y 2, que los agentes diplomáticos deben respetar las leyes y reglamentos del Estado receptor, que están obligados a no inmiscuirse en los asuntos internos de ese Estado y que todos los asuntos “oficiales” de los que la misión esta encargada por el Estado acreditante, han de ser tratados con el Ministerio de Relaciones Exteriores del Estado receptor, por conducto de él o del Ministerio que se haya convenido.

La APCI (Agencia Peruana de Cooperación Internacional) existe hace 22 años como organismo público descentralizado adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores que goza de autonomía técnica, económica, presupuestal y administrativa. Se constituye como el ente rector de la cooperación técnica internacional con responsabilidad para supervisar y fiscalizar la colaboración internacional no reembolsable de carácter público o privado (exonerada de impuestos), en función a la política nacional de desarrollo.

Recientemente, la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso aprobó un dictamen que modifica la ley de creación del APCI y propone incorporar controles que garanticen una fiscalización transparente del uso de fondos de Cooperación Técnica internacional a través de las ONG. Este hecho, promovido por un poder legítimo y democrático de nuestro Estado, conforme a mandato Constitucional, despertó la curiosa reacción colegiada de algunas embajadas en nuestro país que, olvidando la Convención de Viena, eligieron hacer pública su “preocupación” (justificada o no) sobre las modificaciones a la ley, a través de un comunicado “confederado” colgado en redes sociales, en lugar de usar el conducto “diplomático” regular que tienen habilitado para tal fin.

Es interesante saber que muchos de estos mismos países manejan, justamente, esquemas de transparencia y regulación específicos sobre los agentes extranjeros que realizan algún tipo de activismo (sobre todo político) a través de ONGs en sus países, sin que nadie pueda cuestionarlos en función a su soberanía nacional. Decía Winston Churchill que el diplomático es quien piensa dos veces y finalmente no dice nada. ¡Qué curiosidad saber qué habría opinado en esta oportunidad!