EE.UU., ante los recientes ataques a su base militar en Irak, ha bombardeado el territorio de Siria, causando 22 bajas pro iraníes, sobreviniendo una reacción de condenas y amenazas por parte de Teherán, Rusia y desde luego, Damasco, geopolíticamente enemigos de EE.UU. pues no es un secreto que triangulan en su contra, y de Israel, su aliado natural en el Medio Oriente.

Pero ¿Por qué lo hizo?. Joe Biden, al inicio de su mandato, debía dar señales que no se apartará del núcleo duro e innegociable de objetivos de Estado de la política exterior de su país. En efecto, el Pentágono y la CIA estaban esperando una señal de fondo del nuevo mandatario, tratándose de los elevados intereses nacionales.

Así, la política exterior de apertura y reconciliación con la comunidad internacional que Biden ha comenzado a visibilizar y que en el marco de la política internacional llaman abrumadoramente multilateralismo, pues hasta reconoce a la interdependencia, un concepto del que Washington no es precisamente su mentor ni promotor.

Por esa razón, Biden, al tiempo de alejarse de la fallida estrategia idealista de Barack Obama de recurrir al Consejo de Seguridad de la ONU en la idea de contar con su autorización para atacar Siria -China y Rusia lo vetaron las dos veces que lo pretendió-, ahora el demócrata, buscando emular al realismo y pragmatismo políticos de Donald Trump, que bombardeó Afganistán (Bomba madre) y Siria, pasando por encima del Consejo, sin que sea desde el derecho internacional lícito, también lo ha hecho al margen de la ONU.

Aunque está claro que Biden quiere reactivar el programa nuclear con Irán -por eso suspendió el apoyo militar a Arabia Saudita que busca la restitución del defenestrado régimen en Yemen, hoy en manos rebeldes pro iraníes-, que haya decidido el bombardeó en Siria no es solo un mensaje de contención geopolítica y militar a Moscú, aliado hasta los huesos del régimen sirio de Bashar al-Ásad, sino que, al confirmar su sintonía con la agenda de fondo de su país sobre el Medio Oriente, de normalizar las relaciones con gran parte de los países árabes, un escenario impensable décadas atrás, recuerda su ira disuasiva a los Estados islámicos que considera aún recalcitrantes.

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