Comprensiblemente cunde por estos días entre la abrumadora literatura sobre seguridad internacional, la idea de que estamos ante la inminencia de una tercera guerra mundial por un virus cuando lo que está pasando es que las potencias relevantes del mundo (EE.UU., China, etc.,), han entrado en pugnas por la hegemonía del poder mundial por un virus, que es distinto. Lo primero es un enfoque errado. Lo voy a explicar. Las guerras son manifestaciones bélicas entre dos o más sujetos del derecho internacional. Por ejemplo, entre Estados (la guerra de Vietnam), que son los actores clásicos del también clásico derecho de la guerra, hoy ampliado y perfeccionado en el denominado derecho de los conflictos armados internacionales o no internacionales. No hemos visto una colisión militar, es decir, nadie ha lanzado misiles que pudieran activar, por ejemplo, el principio de la legítima defensa, fundado en la respuesta armada de otro, ante un ataque material con daño inferido. Todo lo anterior cae en el ámbito de las guerras convencionales. También hay guerra contra actores no convencionales (por ejemplo, el terrorismo del Estado Islámico combatido por una coalición de más de 47 países liderados por EE.UU.). Las reglas de la guerra están reguladas por el Derecho Internacional Humanitario (Convenios de Ginebra de 1949). Como bien lo explican James E. Dougherty y Robert L. Pfaltzgraff (Hijo), autores de la afamada obra “Teorías en pugna en las Relaciones Internacionales” (1990), los Estados pugnan o compiten como rivales encarnecidos por conseguir el predominio político, económico, tecnológico, militar, etc., eso sí, valiéndose de las circunstancias como causa o pretexto -así ha sido siempre-, como es el caso de la pandemia del Covid-19. No hay entonces, guerra mundial sino pugna mundial.