El manejo de la pandemia en Chile se fue de las manos al gobierno de Sebastián Piñera. Con más de 3100 muertos y cerca de 170 mil contagiados, Chile dejó de ser considerado como uno de los pocos países en la región capaz de solventar una acertada política de crisis por el coronavirus. El ministro de Salud, Jaime Mañalich, por esta innegable realidad, acaba de ser defenestrado del cargo. No se trata de cualquier miembro del gabinete de Piñera. No. Era uno de sus principales colaboradores. De hecho fue su ministro durante el primer mandato (2010-2014). Creo que hizo bien. Los ministros no deben olvidar que son actores políticos por excelencia. Si acaso de origen son expertos en la disciplina que domina la cartera a su cargo, pues deben combinar su pericia con el rol que supone integrar un gabinete ministerial. Mañalich había acumulado con creces razones para que el presidente derechista entre en pánico ante la ola de críticas por las dramáticas y confusas cifras de infectados y de fallecidos. Cuando un ministro, por más buena voluntad que tenga, no suma, se convierte en un serio detrimento para el gobernante, que en ese instante debe decidir como un estadista. Es evidente de que ocultar los errores, a la larga resulta fatal. Piñera se ha demorado en guillotinar políticamente al ministro que, peleándose con todo el mundo, solo restaba al equilibrio político que la pandemia obliga y lo ha hecho, además, porque sabe que la oxigenación de todo gabinete de Estado en tiempo de crisis, es prácticamente una exigencia política. En efecto, en el ejercido del poder político, lo que siempre se debe evitar es que el desgaste de un ministro afecte al jefe de Estado.