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La interrupción de un proceso democrático tiene una técnica, un proceso, y forma parte del arte caótico de la revolución. Toda revolución tiene como objetivo la subversión del orden político y el reemplazo de una élite por otra. Los procesos revolucionarios siguen un patrón estipulado y cuentan con el respaldo de mayorías que surgen y decaen en función de un espacio-tiempo histórico. Leer la historia es el gran objetivo político de los revolucionarios, interpretar el momento radical para así aplicar la violencia dosificada o el terror desatado, todo en función de la adquisición de más poder.

Por eso, el jacobinismo local ha decidido lanzar su última ofensiva buscando celebrar un nuevo 5 de abril, esta vez un 5 de abril revolucionario. Si hace más de un año supimos que el objetivo era cerrar el Congreso, desde hace unas semanas los voceros del club jacobino han desnudado su pretensión adanista: quieren una Constituyente para refundar la República.

Como es obvio, esta refundación estaría basada en la ideología del Foro de Sao Paulo. Así, el socialismo del siglo XXI, que no es más que el viejo marxismo de siempre, es la fuente de la que beben nuestros revolucionarios jacobinos dispuestos a incinerar la Constitución del 93. Reemplazarla con un nuevo capítulo económico y penetrar el orden jurídico de ideología de género es el plan máximo de los neomarxistas. La subversión del orden social tiene un precio. Basta con mirar a nuestros vecinos. En algo sí tenía razón el barbudo de Tréveris: la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa.