El eminente historiador y diplomático Raúl Porras Barrenechea nació el 23 de marzo de 1897. Su ejemplar vida diplomática no escrita privilegiadamente la conocí de mi maestro, el embajador Gonzalo Fernández Puyó, presidente de la Sociedad Peruana de Derecho Internacional - SPDI (1991-2010), que fuera su secretario cuando el ilustre historiador fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores por Manuel Prado Ugarteche, en 1957, despachando durante casi toda su gestión desde su casa en la calle Colina, en Miraflores, hoy museo e instituto que llevan su nombre para perennizarlo. Durante su niñez estudió en el emblemático “Recoleta” y cuando joven en la cuatricentenaria San Marcos, para orgullo de todos los que como él, hemos pasado por las aulas de este histórico claustro. Porras fue un hombre de carácter y de principios. Enseñó que por encima de coyunturas y de apetencias políticas, se anteponen los valores en el hombre de Estado, cuidando jamás terminar convertido en un fantoche del poder. Riguroso como nadie, se introdujo en las profundidades de la investigación histórica y jurídica, las que corrían en paralelo a su desempeño diplomático. Conoció con enorme solvencia y pasión la historia de nuestras fronteras y límites, y junto a Alberto Ulloa Sotomayor y a Alberto Wagner de Reyna, también miembros conspicuos de la SPDI, formaron la trilogía intelectual de nuestras fronteras nacionales. Porras fue ejemplar. Durante la reunión de cancilleres de la OEA, en Costa Rica (23.08.1960), verbalizó un histórico discurso de oposición al pronunciado por el representante de EE.UU., condenando la Revolución Cubana de 1959. Porras, sin ser comunista y con firmeza, contrariamente invocó el principio de No intervención en los asuntos internos de los Estados, enfatizando que no hacía una defensa del castrismo. Por sus principios, pétreamente innegociables -el eminente Hugo Neira es de los pocos intelectuales -fue su discípulo- que quedan para contarlo-, contradijo al presidente Prado, y a su retorno a Lima fue desairado en el aeropuerto pues nadie del gobierno lo fue a recibir vapuleando a su alta membresía de canciller del Perú. Lleno de dignidad, al poco tiempo renunció y días después murió el 27 de setiembre de 1960.