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Si Jorge Barata no denuncia hoy nada contundente contra el presidente PPK, los resentidos impulsores de la vacancia habrán experimentado su más profunda derrota. Pues si el ex CEO de Odebrecht no dice lo que muchos quieren escuchar, fallará por segunda vez el intento de defenestrar al candidato que les hizo morder el polvo de la derrota (el motivo real de Fuerza Popular) y de destituir al presidente que indultó a Fujimori (el motivo real de Nuevo Perú). Porque la verdad es que ambos grupos han tomado el pretexto fariseo de que PPK tiene graves cuestionamientos éticos (que los tiene), pero ocultan que sus intentos no son oleadas sacrosantas de lucha contra la corrupción sino efervescencias de un trago de biliosas consecuencias hepáticas. Esta semana, Verónika Mendoza ha contribuido certeramente a dejar que caigan las caretas y ha reconocido que la vacancia no es la sal de Andrews de su digestión ética, sino que apoyan el cese presidencial porque el indulto es, según su óptica, una demostración de incapacidad moral. O sea, me largo del Legislativo y salvó a PPK cuando regurgitaban los ácidos gástricos de la corrupción, pero lo vaco porque ha vomitado sobre mi innegociable agenda política contra el indulto. Esto obliga a una exigencia: si vamos a avalar una decisión tan gravitante para el futuro del país, que se sustente en la verdad incontrastable, en la razón y la fuerza demoledora de los hechos. Las bancadas minoritarias (“Avengers”, AP, APP y APRA) no deben ser comparsas de apetitos insaciables y gulas descaradas. Si y solo si el disparo de Barata estalla en el punto de flotación de PPK, este debe ser vacado. Si no es así, si hay fragilidad y dudas, si es débil el sustento, que el Parlamento le evite al país un nuevo cólico y la oposición se trague el sapo de aguantar a Kuczynski hasta el 2021.