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En política, el refrán “más vale tarde que nunca” es el más inservible y obtuso que pueda existir. Por eso, el mea culpa que hizo PPK el lunes por la noche llega como el gol de honor para un partido perdido por goleada, en el que ya la suerte está echada, los jugadores rendidos y para remontar solo quedan los descuentos. Además, el equipo ha sacado a dos jugadores -Jorge Villacorta y José Labán- y el otro (Carlos Moreno) ha sido expulsado por juego sucio. Lo bueno de este partido es que el campeonato recién empieza y el entrenador, PPK, ha ofrecido cambios en la estrategia de juego y en la convocatoria de los jugadores. Hay tiempo para el recambio a todo nivel, pero el tiempo perdido es valioso para un equipo que hace años no va al Mundial y en el que cunde el desánimo. Digamos a partir del símil futbolístico que la tarea de Kuczynski es tan complicada como la de Gareca. Lo trágico es que fallar en gobernar un país no es como pincharle la ilusión a los hinchas, sino una tarea titánica que, de hacerla mal, redunda en desempleo, crisis económica, desilusión y muerte. Repercute en seres humanos que sufren, son asaltados, no tienen medicinas, se atascan en el infierno del tráfico, se enferman, mendigan, empobrecen. Parece que PPK ya se dio cuenta de que gobernar un país como el Perú no es un juego, un bailecito o un mal chiste. Es un desafío que requiere de jugadores infalibles, estrategias complejas, conductas inmaculadas. Es un reto a la creatividad y a la inteligencia, un hidalgo derroche de vigor. El Presidente debió pensarlo bien antes de ser candidato, pero ahora ya no puede arrepentirse: ahora sabe que es más serio de lo que él creía.

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