Se extiende el temor al virus, más aún si conocemos las severas falencias de la salud pública con hospitales desabastecidos y sin los equipos indispensables. Martín Vizcarra reconoció que es un virus importado, pero no dijo que no hubiera entrado por un aeropuerto desguarnecido si hubieran tenido el reflejo básico del control sanitario obligatorio a tiempo. El virus se está reproduciendo a velocidad alarmante en una crisis aumentada por la globalización. Nadie está a salvo. En los países europeos más desarrollados los números de los fallecidos crecen, en especial en Italia, España y Francia, con cifras insólitas a pesar de sus sólidos sistemas de salud pública.

La población está nerviosa y en alerta, el desabastecimiento y la especulación posible ya están aquí. Debemos cuidar la estabilidad económica y alertar del bloqueo que nos amenaza. Se nos pide quedarnos en casa, salir menos, días o semanas o aceptar las cuarentenas. Los supermercados han sido los primeros espacios vulnerables al punto de vaciar estantes y acabar con productos esenciales como el alcohol en gel. ¿Cuánto tiempo durará esta paranoia que coincide con la instalación del nuevo Congreso que motiva mayores expectativas ante la inercia y el populismo del Ejecutivo?

La crisis está empezando y puede ser larga y dañina en la salud y en la economía. Estamos en terreno desconocido y andamos a tientas. Necesitamos expertos para prevenir los desastres en la salud y en la economía. Se necesita frenar el virus con la responsabilidad individual de los ciudadanos y con la de los medios de comunicación ante el desafío de proteger la vida, en especial la de padres y abuelos, sin dejar de atender el trabajo y las tareas cotidianas, más aún con la desinformación que prolifera en Internet. El miedo no debe ni puede paralizarnos. Si la productividad y el orden financiero se afectan, estaremos en un país convulsionado.