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En política, las amenazas no suelen dar resultados. La última advertencia del presidente Vizcarra de usar el mecanismo constitucional de la cuestión de confianza parece una manifestación desesperada del embrollo en el que se ha metido por enfrentar pública e innecesariamente al fujimorismo; un absurdo total, una necia jugada política. Más aún porque el jefe de Estado supo desde un inicio que no es parte de los dogmas de Fuerza Popular colocar la otra mejilla, y están en su derecho. El yerro de Vizcarra se enfatiza al colocarse en el bando de los impolutos y presentarse como el adalid de la reserva moral del país con el tremendo rabo de paja que mantiene. A Chinchero, las declaraciones juradas con serias omisiones, hay que sumarle ahora sus reuniones con Keiko y Chlimper, las otras con Kuczynski (implicado con el que debería mantener distancia) y el caso Cavassa, que lo salpica en todo sentido como jefe de campaña. Adicionalmente, persiste la sospecha de que habría compartido algún ron Zacapa con Toñito Camayo. El Presidente, pues, se ha metido en un intrincado laberinto político de insondables dimensiones. Cerrar el Congreso solo traerá un efímero aplauso tribunero, pero lo que en realidad logrará será someter al país a un periodo de estancamiento e indefinición, con nuevas elecciones, que obligará a postergar las reales urgencias, algunas extremas, como la emergencia de la salud y la inseguridad ciudadana. Vizcarra debe ahora asumir sus errores y dar un giro radical a su estrategia o resignarse a ser un PPK II, uno más de los anodinos, prescindibles o irrelevantes presidentes que nos han gobernado.