Es difícil sustraerse del caso del detestable Ricardo Cisneros, o “Richard Swing”, un personaje de alcantarilla y que representa al típico arribista que lame botas con tal de encaramarse en la cúspide del poder y aprovecharse de este.

El caso es interesante no por Swing -un individuo de poca monta- sino porque revela algunos rasgos profundos e inajenables del político al que afecta, el presidente Vizcarra.

Cisneros, o “Swing”, simboliza a un grupo que es parte decisiva en el entorno más alto de Palacio y que sin duda tiene a otros conspicuos representantes con más cuota de decisión: Los adulones. La adulación ha sido una forma de llegar a Vizcarra y este la ha aceptado para sentir sobre sí la capacidad que no ostenta y el liderazgo del que carece.

Hay una camarilla de chicheñós que le han hecho creer al mandatario que es un iluminado de estos tiempos, un estadista de la talla de Churchill y que quienes lo critican son una sarta de mediocres y envidiosos que no aprecian la dimensión de su intelecto y el alcance de su fosforescencia. Por eso, además, tenemos a un jefe de Estado tan proclive a no dar marcha atrás en sus más atroces dichos y decisiones.

La muestra más reciente es la bendita meseta de contagiados por la COVID-19 que el presidente se empecina en defender. Se lo han dicho todos y en todos los idiomas, que los casos crecen, que el ascenso es feroz y la curva ascendente asoma indetenible, pero el mandatario insiste en que la geografía se equivoca, en que la matemática carece de exactitud y que más allá de la ciencia está él y su verdad absoluta, incólume y devastadora, por los siglos de los siglos, amén.

Por eso, también, uno o dos días de cada semana se sienta frente a un gabinete, ante la prensa distante y las cámaras de TV para dirigirse a todo el país un mandatario al que le revienta el hígado aceptar que ha cometido errores. En la interna, en medio de ese grupete que secuestra el poder, eso se traduce en la persistencia por la garrafal cadena de aberraciones que ha cometido el gobierno en esta lucha contra la epidemia y que tiene el componente trágico e irreparable de la pérdida de vidas humanas.

Un país supeditado a los egos solo avanza hacia el precipicio. Resulta lapidario, pues, encaramarse en el oscuro caballo de la vanidad para dirigir la guerra más cruel de la historia, la gran plaga del apocalipsis.