Un gran despliegue de voluntad hubo ayer en el debate en el Congreso sobre el voto de confianza al gabinete ministerial de Gustavo Adrianzén. La mayoría de congresistas expuso de manera  furibunda y demoledora contra el Gobierno. “No muestra resultados importantes”, “no trabajan de verdad y menos con transparencia”, “hay una clara desconexión con la ciudadanía”, “solo han demostrado frivolidad”, “no más excusas, no más mentiras”, “basta de buenos deseos y retórica”, “hemos visto que han ofrecido trabajo a amigas con la plata de todos los peruanos”, “los ministros son incompetentes”, casi han gritado los legisladores.

Cualquier peruano pensaría que el discurso de Adrianzén no convenció a nadie y no hubiera sido justo que le den el voto de investidura. Sin embargo, las lealtades del congresista que habla y el que vota son bien distintas. Así se explica el resultado final de la votación ayer en el Congreso. Puro show para las tribunas. Está claro que los parlamentarios solo levantan la voz para decir que el Perú se cae a pedazos y que el responsable es el Ejecutivo, pero a la hora de las decisiones cada uno vuelve a su trinchera para actuar de acuerdo a sus conveniencias.

Quizás estemos ante un nuevo comienzo con el gabinete de Gustavo Adrianzén, pero ¿hacía dónde vamos? No lo sabemos. El Ejecutivo no tiene claro el rumbo porque sigue en calidad de transición y lo único que le interesa es durar hasta el 2026 como sea. Así como están las cosas, el futuro es pura incertidumbre. El asunto es que ya no hay margen para seguir estancados o, peor, retrocediendo. Un paso en falso y nos vamos al abismo.