Más allá del pétreo aislamiento del exclusivo G7 a Rusia en la reciente cumbre que han celebrado en Alemania, el presidente moscovita Vladimir Putin siente profundamente cómo su país y él mismo deben administrar la crisis de su relacionamiento internacional. Para paliarlo Putin pidió cita con el papa Francisco que lo recibió. Putin cree que una reunión como la de ayer con el jefe del Vaticano podría, primero, componer su alicaída imagen y la de una política exterior por él encabezada, que ha ultrajado al derecho internacional al anexar la península de Crimea de manera unilateral, situación que ha sido condenada y declarada nula por la ONU. El Papa sabe que la visita de Putin no es gratuita, pero guarda las formas y recibiendo un obsequio del presidente ruso en reciprocidad le entrega otro. Sin pérdida de tiempo, Su Santidad le recuerda las nefastas consecuencias del conflicto en Ucrania, donde las fuerzas armadas del gobierno de Kiev luchan con los grupos separatistas adictos a Rusia. En otros tiempos, los rusos jamás hubieran pensado acercarse a la Iglesia a la que más bien persiguieron febrilmente como sucedió con la Iglesia polaca cuando San Juan Pablo II era el entonces cardenal de Cracovia. Por eso el Santo Padre ha sido claro en el marco de los 50 minutos que duró la reunión, recordándole al líder ruso la necesidad de que acabe el flagelo del pueblo ucraniano violentado desde afuera y le ha reiterado que la fórmula para hacerlo debe ser la paz. Putin esta vez no ha perdido los papeles porque sabe que debe guardar las formas con un jefe de Estado que es también el mayor líder religioso del catolicismo en el planeta. Es evidente que Rusia que busca indulgencias a través del Papa para que el G7 pudiera conmoverse con una crisis provocada por Moscú.