Comparar la victoria final aliada contra Adolfo Hitler en la guerra de 1939 con la invasión rusa de Ucrania es un despropósito que jamás podría merecer reconocimiento alguno, como ha sostenido ayer el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ante una Plaza Roja abarrotada de militares y en general, de un marco belicista. Rusia ha llevado adelante la denominada guerra preventiva que no tiene ninguna aceptación en el derecho internacional.

Aprendieron de EE.UU. que se valió de ella para ingresar en Irak (2003) y aunque estamos de acuerdo en el peligro que representaba Sadam Hussein para los propios iraquíes, jamás fue demostrado que en el país hubiera armas químicas como para justificar una invasión militar estadounidense. Putin ha asumido que un eventual ingreso de Ucrania a la OTAN era razón suficiente para llevar adelante una ofensiva militar invasiva en su vecino. A este paso, entonces, las guerras serán determinadas por supuestos y no por hechos o razones materialmente incontrastables.

Esto último es realmente muy grave y no estamos percibiendo la dimensión de la irresponsabilidad de los Estados legitimando al capricho político por cálculos de poder geopolítico, económico, etc. Bajo la guerra preventiva, que siempre debemos proscribir, la legítima defensa, comenzará a debilitarse y podría quedar prácticamente obsoleta si acaso el mundo no condena las guerras sin causas como está sucediendo ahora. La guerra preventiva colisiona con los principios de No intervención, Inviolabilidad de las fronteras nacionales y No agresión.

Lo que estamos viendo en penosa escena en Europa del Este es un completo retroceso en el derecho de la guerra, en el derecho internacional y en la ciencia de las relaciones internacionales, que se esforzaron por armonizar las vinculaciones entre los Estados con el único objeto de evitar la consumación de la sociedad de la barbarie y de la anarquía.

Por tanto, las palabras de Putin, entre citas de episodios epopéyicos y de prosas de falso nacionalismo, jamás podrían ser aceptadas por la total ausencia de un auténtico casus belli, es decir, una causa o razón de peso para sostenerlo como motivo de guerra. Seamos claros: ningún centímetro del territorio ruso fue siquiera atacado con luces de bengala. Putin es un completo actor belicista y a este paso será comparado con Hitler.