El anuncio del presidente de EE.UU., Donald Trump, de la cancelación de los fondos que su país destina anualmente a la Organización Mundial de la Salud (OMS) -un nuevo gesto de hermetismo para desmarcarse de las acusaciones por la conducción política para afrontar la pandemia que sigue castigando al país-, ha motivado reacciones de expertos y de medios sobre la OMS, llamándola algunos “organización” y otros “organismo”, sin percatarse que tienen connotación y alcance distintos. En efecto, a menudo suele confundirse a las organizaciones internacionales (O.I.) con los organismos internacionales (o.i.). No son lo mismo.

Las O.I. son sujetos del derecho internacional con vida propia. Tienen derechos (Facultades) y deberes (Obligaciones) en igualdad de condiciones que los demás sujetos del D.I. -Estados, Movimientos de Liberación Nacional, Grupos Beligerantes, etc.,-, y responden por la responsabilidad internacional de sus actos. Los o.i., en cambio, con frecuencia son entidades dependientes o agencias de las O.I., es decir, son si se quiere, subconjuntos de las O.I.

Por ejemplo, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia -UNICEF, o la OMS, de la que hoy nos ocupamos, son o.i., o sea, son parte de la ONU, que es una Organización Internacional. Por tanto, los organismos internacionales, que están presididos por un director general, siempre están subordinados a la O.I., cuyo funcionario más visible suele ser el secretario general, como es el caso de Antonio Guterres, de la ONU, que ha respondido a Trump -cuyas impertinentes palabras podrían producirle un revés político-, dado que la OMS depende de las Naciones Unidas.