Los chilenos no pierden tiempo en querer sacarle el máximo provecho a las coyunturas internacionales como la generada por el llamado al diálogo de Su Santidad Francisco en el asunto de la salida al mar pretendido por Bolivia que se encuentra judicializado en La Haya. 

La astucia chilena busca generalizar la idea en la opinión pública internacional, pero sobre todo en los jueces de la Corte Internacional de Justicia de que Santiago siempre ha estado dispuesto al diálogo para tirarse abajo la tesis paceña de que Chile, centenariamente, se ha negado a abordar el problema en una mesa de negociación. 

Advierto que no es el mejor momento para que Bolivia acepte reanudar relaciones diplomáticas con los sureños, pues el objeto central de su rompimiento por segunda vez en 1978 -en abril de 1962 fue la primera cuando Chile inconsultamente desvió las aguas del río Lauca perteneciente a la cuenca altiplánica- se debió a que se percataron que las negociaciones que Pinochet planteó a Banzer en Charaña (1975), en realidad era una mecida más de Santiago y por eso cortaron toda vinculación en ese nivel bilateral. 

Ahora que el asunto se ventila en un escenario jurisdiccional donde Bolivia litiga lleno de convicciones, Chile plantea el acercamiento diplomático para inducirlos en otro enredo negociador que los lleve a desistir de la demanda en la idea de que aun cuando se encuentren en un juicio internacional, podrían elevarse para resolver el asunto directamente acogiéndose al viejo principio jurídico de que siempre debe primar el acuerdo de las partes. Sería una tremenda incoherencia boliviana aceptar la tentación mapocha. 

La Paz sabe que haber demandado a Chile en la Corte ha sido un acto histórico y nacionalista jamás pensado por La Moneda y que todo acercamiento diplomático que decida corresponder dependerá de la actitud de Chile mirando la sentencia.