El Congreso parece decidido a coronar su desprestigio con un acto que simboliza todo lo que ha estado mal durante estos años: una Mesa Directiva conformada por personajes cuestionados, algunos de ellos investigados por presuntos delitos graves como violación sexual u organización criminal. Lejos de buscar una renovación o mostrar un mínimo de responsabilidad institucional, las principales bancadas —Somos Perú, Fuerza Popular, Perú Libre y Acción Popular— impulsan una fórmula que representa el continuismo, la impunidad y el cinismo político.
El caso más emblemático es el de Waldemar Cerrón, quien busca convertirse en vicepresidente del Congreso por tercera vez consecutiva. Su insistencia no solo viola el principio elemental de alternancia en el poder, sino que deja al descubierto la vocación antidemocrática de Perú Libre. Como bien ha señalado la congresista Gladys Echaíz, “esto muestra claramente que si Perú Libre gana las próximas elecciones no soltaría el poder”. El mensaje es claro: no hay voluntad de cambio, sino hambre de control.
El Congreso ha dejado de ser un espacio para el debate democrático y la fiscalización responsable. Hoy actúa como una federación de intereses particulares, de cofradías oportunistas que, aunque ideológicamente distintas, se unen cuando se trata de blindar a los suyos o de repartirse cuotas de poder. Por eso, no sorprende que esta lista —tan cuestionada como simbólica— tenga amplias posibilidades de imponerse, pese a la indignación ciudadana y el repudio generalizado.