No hay esperanza, lamentablemente. Y, sin embargo, es cierto que el nuestro es un país que sabe reponerse a la adversidad, que sabe seguir aun ignorando el temporal que suele ser agrio y terrible.

Pedro Castillo es un personaje que probablemente terminará siendo un paréntesis o un apéndice de todo lo malo que hemos vivido estos años. Castillo es un aprendiz de lo peor o una especie de ladronzuelo errático, que ha terminado por embarrar a su familia en una secuela triste y anodina.

Y a muchos peruanos les gustaría saber que el Congreso es capaz de arreglar este entuerto. O por lo menos ser un contrapeso real. Pero ¿qué encuentra a cambio? Un grupúsculo de intereses subalternos, un conglomerado lumpenesco que debe aprobar las nuevas leyes. El Congreso no ha podido alzarse por encima de Castillo y sus carteristas patéticos.

Y luego está la justicia, que parece que es la única que nos puede salvar. Pero luego vemos que la Fiscal de la Nación que acorrala a Castillo ha removido a quien investigaba a su hermana, acusada de favorecer a narcos, y que ha cambiado al fiscal del caso Sánchez Paredes y al equipo que investigaba a los “Cuellos Blancos”. Y entonces sí, quizás no hay esperanza. Quizás solo queda mirar cómo todo se desvanece lentamente.