El tiempo juega a favor de la presidenta Dina Boluarte. En una guerra de resistencia, tiene de su lado que la violencia desmedida de las protestas sociales, el ánimo beligerante de los sectores radicales que organizaron las marchas y el oscuro financiamiento detrás no pueden ser permanentes. Lo que puede y debe ser permanente es la firmeza del Estado en preservar la estabilidad social y el derecho de todos a mantener sus actividades cotidianas. Los desadaptados tienen también en contra a los vastos sectores sociales hartos del salvajismo artero y de la dictadura de la imposición. Desde todos los cusqueños que viven del turismo hasta los pequeños y microempresarios del emporio comercial de Gamarra, pasando por las mineras paralizadas y los agroexportadores de Ica, solo por mencionar a los rubros más visibles, Boluarte tiene allí a una base social-económica que debe convertir en una aliada política. Es decir, es el Gobierno debe buscar oxigenarse de estos días de sometimiento salvaje que la tuvo en cuidados intensivos. Y, más allá del adelanto de elecciones, debe empezar a tejer alianzas políticas que le permitan enfrentar mejor los próximos arrebatos de los que buscan el desgobierno. ¿A dónde apuntar? Al Parlamento, en principio. A los grupos que precisamente no aceptarán bajo ningún punto de vista que sea sometida a una vacancia que no tiene justificación. Aunque el adelanto de elecciones ha herido susceptibilidades, el premier Otárola y la propia presidenta no deben descuidar el único bolsón político que le puede dar gobernabilidad. Que mire hacia atrás. No hay régimen sostenible si no encuentra en el Parlamento aliados que le permitan sostenerse bajo el paraguas de la defensa de la democracia, el Estado de Derecho y, sobre todo, el freno a feroz a los que buscan la anarquía y abrirles las puertas a la inseguridad jurídica a la a través de una Asamblea Constituyente.