La situación financiera de Grecia pasa cuando se gasta más de lo que se tiene por ingreso. Esa práctica irresponsable ha asfixiado al Estado ateniense, que se ve envuelto en un mar de deudas a cuestas y lo que le ha quedado ha sido pedir préstamos para recomponer la economía. Los que prestan ponen condiciones, es lo más lógico. Eso ha hecho la Unión Europea y varias instituciones económicas mundiales, como es el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI), que lo acaba de declarar moroso. El gobierno griego que preside Alexis Tsipras, quien llegó al poder en enero de este año pregonando negociación con dignidad y, prácticamente, amenazando a los acreedores, a pesar de que estos ofrecieron diversas posibilidades para reflotar la economía del país, en las últimas horas ha terminado mirándose al espejo de la dura realidad financiera. Luego de haber decidido llevar el asunto a un referéndum para este domingo, acaba de pedir a los países de la eurozona conversar sobre la base de una nueva propuesta negociadora. Los representantes europeos le han cerrado la puerta y no la van a abrir por lo menos hasta ver los resultados del referéndum del domingo 5 de julio. Tsipras está desesperado. El referéndum es el resultado de la presión del sinnúmero de aliados políticos de izquierda que lo llevaron al gobierno. Creyó que con ello contentaba a quienes le exigen cumplir sus promesas de campaña. Tsipras está experimentando que una cosa es el discurso del candidato y otra el de jefe de gobierno. En la cancha de la realidad es cuando se mide la capacidad del estadista y Tsipras sabe que si acaso prospera el “no”, Grecia podría quedar fuera de la eurozona, lo que desencadenaría una fuerte devaluación cambiaria cuyo pánico podría promover una crisis de proporciones insospechadas. Ese referéndum habrá que pensarlo dos veces.