GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Los momentos jacobinos son momentos esencialmente revolucionarios. Guillotina y terror son sus notas características. Un momento jacobino busca, como objetivo político, la aniquilación de una clase dirigente para suplantarla por otra. La destrucción de una élite para colocar en su lugar otra élite, la élite revolucionaria. Para los jacobinos, el Derecho es un medio, no un fin. El Derecho, en un momento revolucionario, solamente sirve para legitimar la violencia y el terror. Se crean tribunales revolucionarios y Saint-Just, el arcángel del terror, acusa a todos los que no piensan como él. Todo momento jacobino emplea el terror como método para paralizar y enviar a la guillotina a sus enemigos políticos. Los jacobinos no quieren reforma política, quieren un nuevo orden político. O todo o nada. Por eso, inevitablemente, abren la puerta al cesarismo.

Distinto es el afán reformista. El reformismo es, ante todo, posibilismo. El posibilismo siempre es realista, se ciñe a la realidad. La gestión pública moderna, el public management, llama a esto “tailoring”. A cada problema, una solución concreta. Los romanos decían: “Cuius tempora, eius ius”. A cada época, su derecho. A cada problema, una solución. El reformismo toma tiempo. No es jacobino. No es revolucionario. Quiere conservar una tradición política. No cree en el adanismo socialista. No cree en la tabula rasa. No cree en patear el tablero si no aceptan mi remedio. El reformismo, porque aspira a durar, por fuerza es concertador. Busca el consenso y no la imposición.

O reformismo o revolución. Esa es la disyuntiva frente al Bicentenario. O ruptura o continuidad. No olvidemos, por favor, que el Perú es tradición y destino.