El expresidente español José María Aznar ha publicado un libro impagable titulado “Orden y libertad”. Sostiene que las sociedades que aspiran al desarrollo deben evitar dos escollos: el absoluto descontrol y el control absoluto. En efecto, el equilibrio entre estos dos polos es vital para alcanzar niveles óptimos de crecimiento real. Y si no crecemos, si nos estancamos puerilmente, surge la crisis y se abre paso a la destrucción. Cada oportunidad perdida, cada década de estancamiento no solo afecta a un sector aislado, es un peso colectivo, un lastre nocivo que tiene que cargar todo el Perú.
Huyamos de la anarquía que destruye cualquier intento ordenado de crecimiento, cualquier estrategia de asignación de recursos. Pero también rechacemos con fuerza el control absoluto que esteriliza, que destroza la iniciativa, casi siempre en función a un futuro utópico que nunca llegará. La virtud está en el término medio, y en el ámbito del desarrollo sectorial, en la duda institucional, el emprendedor debe ser protegido, animado, apoyado. El emprendedor es el caballo que jala la carreta de toda la nación. Esto lo han entendido muy bien todos los países desarrollados. Esto lo han comprendido a la perfección las naciones que han dejado que la fuerza de la libertad genere riqueza y excelencia. Sin libertad para innovar, para crecer, para internacionalizar, para responder rápidamente a las necesidades de la comunidad, todo, absolutamente todo, tarde o temprano cae indefectiblemente en la mediocridad.
La libertad ordenada es el mejor antídoto contra la mediocridad. El pensamiento libre, con unas condiciones mínimas de regulación, asegura el crecimiento interno y la incardinación en el mundo desarrollado. La híper-regulación, el sueño de opio de todos los totalitarismos, provoca lo mismo que han provocado todas las dictaduras dirigistas y mercantilistas de la historia: la crisis del sistema, la caída de los reguladores, en suma, la hecatombe civil.




