Muchas ciudades han iniciado la nueva cuarentena con gente en la calle, ambulantes tomando las veredas y las pistas de las zonas comerciales sin distancia social que valga. Como cuando no había pandemia, como cuando no había estado de emergencia. Y era predecible, la informalidad lo es casi todo en el Perú. Pero hasta la informalidad, incluso ella, debe reinventarse para no morir de manera literal, para ser de verdad un ejercicio de sobrevivencia.

Se puede comprender la situación de muchos peruanos que tienen que salir a las calles para llevar el pan de cada día, se puede hasta justificar. Pero a estas alturas ya no hay justificación para el incumplimiento, la indolencia, la irresponsabilidad como ciudadano y como padres de familia, como hijo. Eso es lo que nos están mostrando las imágenes de ciertas zonas de ciudades como Trujillo, como Lima y otras. Está en el transporte urbano también, para ir a comprar, para salir en los vehículos autorizados e incluso no autorizados.

El respeto por el otro, por el resto, por los nuestros ¿dónde está quedando? Es verdad que las autoridades locales son las primeras en reponer el orden en estos lugares, pero lamentablemente estas se han visto rebasadas por las circunstancias. Sumado a la consabida incapacidad, está el déficit de personal, personas dentro de la población vulnerable que deserta, tanto entre el serenazgo y la policía. Ellos están también diezmados porque el coronavirus ha infectado a varios de ellos y hasta les ha arrebatado la vida. Todo esto hace que el principio de autoridad se vea drásticamente debilitado.

En este escenario se precisa de la conciencia ciudadana, de la responsabilidad. Lamentablemente la necesidad empuja, pero no es justificación. Hasta la informalidad requiere cautela, amor por los suyos.