Es verdad que las vinculaciones entre Perú y Bolivia datan desde tiempos precolombinos. Nuestra inserción a la república no fue por caminos distintos. Todo lo contrario. En ese momento de nuestras historias tuvimos afinidades en nuestra construcción como Estado-Nación, sin duda importantes, como lo fue luego la empresa de la Confederación Perú-Boliviana del siglo XIX. Nuestras similitudes nos llevaron a que firmáramos un tratado secreto de alianza defensiva en 1873. Luego de la guerra del Pacífico, Bolivia quedó encerrada en los Andes a la firma del tratado de límites con Chile de 1904. Esta situación de frustración marítima que hizo de La Paz un Estado enteramente mediterráneo, el Perú la comprendió y en 1992, luego en el 2010, otorgamos facilidades de derecho de libre tránsito y facilidades portuarias y logísticas para que los bolivianos no vean interrumpidas sus aspiraciones de mirar la Cuenca del Pacífico. En ese mismo itinerario de compartir cuestiones históricas, que no debe circunscribirse únicamente al folclor tan semejante en ambos lados de la frontera, aparece relevante el Titicaca, el lago más alto del mundo que define las calidades altiplánicas de los pueblos aymaras. Por esta razón, en 1959 ambos países consagraron la denominada mancomunidad e indivisibilidad del lago Titicaca para destacar la intrínseca unidad de los pueblos altiplánicos. Más allá de las importantes razones de Estado en el marco de la coyuntura para Perú y para Bolivia, debemos destacar que existe una perspectiva de caminos bastante afines o comunes. Hace muy bien el Estado peruano en alentar los denominados encuentros presidenciales y de gabinetes binacionales porque esa es una forma de acercar la calidad de vecinos. La ratio del intercambio comercial supera los 1200 millones de dólares y eso dice mucho del aliento de una relación bilateral con una agenda diversa y cuya ventaja dependerá de la voluntad política en ambos países.