En estos días, en diversas municipalidades del país, se vienen realizando las audiencias públicas de rendición de cuentas. En teoría, deberían ser espacios para el diálogo honesto entre autoridades y ciudadanía, donde se informe el uso de los recursos públicos y se expongan los resultados y retos de la gestión. Pero en la práctica, muchas de estas audiencias se han convertido en un espectáculo para maquillar la ineficiencia y la falta de resultados concretos.

¿Qué sentido tiene una audiencia pública cuando la realidad desmiente cada palabra del informe oficial? Las obras están paralizadas o mal hechas, los espacios públicos lucen abandonados, la basura se acumula sin control. La población vive con frustración e impotencia, mientras las autoridades se refugian en promesas incumplidas.

Algunos alcaldes obligan a beneficiarios de programas sociales y a trabajadores contratados por la municipalidad a asistir a estas audiencias, no para participar, sino para aplaudir y llenar sillas vacías. Se fabrican aplausos, se simula respaldo.

Se invierte más tiempo en preparar presentaciones bonitas que en resolver los problemas reales. Vivimos en ciudades modelo, según algunos alcaldes y sus gerentes. Ciudades sin problemas, sin conflictos, sin quejas. Claro, si uno vive en una realidad paralela donde las estadísticas maquilladas y los discursos vacíos reemplazan al sentido común y al contacto con la realidad.

Al final, el presupuesto debe ejecutarse porque es su obligación, pero si los resultados no se sienten en las calles, entonces no se ha hecho nada.