¿Les ha pasado que difícilmente reconocen su letra luego de no escribir a mano por mucho tiempo? ¡A mí sí! Recientemente, noté que había dejado de escribir a mano y recordé cuánto he disfrutado de esta actividad a lo largo de mi vida. Deslizar el lapicero por la hoja en blanco, traduciendo en trazos mis procesos mentales, reconociéndome (o no) en esos garabatos es un proceso reflexivo interesante. Definitivamente permite una concentración más profunda que tipiar en la computadora.

Desde las neurociencias existe mucha investigación que corrobora la importancia de la escritura a mano.  El teclado no la debe reemplazar, lo cual no significa que no podamos, también, teclear.  En el 2020 (), un equipo de investigadores estudió los procesos mentales de niños de 12-13 años cuando escribían, dibujaban y tipiaban, y descubrieron que escribir y dibujar a mano, activaba circuitos neurológicos más profundos, generando un mejor aprendizaje.  Un estudio anterior del 2012 (), llegó a la conclusión, a través de escaneos cerebrales a niños del Nivel de Inicial, que, cuando dibujaban o pintaban letras a mano y luego las intentaban leer, se activaban con mucha más fuerza sus circuitos cerebrales relacionados a la lectura.

Uno de los grandes retos que tenemos en el s. XXI es aprender a identificar qué prácticas “tradicionales” debemos mantener y cuales sí podemos cambiar y facilitar con apoyo de la tecnología. Para esto, es importante recordar que el cerebro humano aprende cuando hacemos nuevas conexiones, y las nuevas conexiones requieren un grado de esfuerzo mental.  La tecnología, en cambio, busca facilitar, llevarnos a una vida “sin fricciones”, donde todo esté “a la distancia de un click”.  Depende de nosotros de ponerla a nuestro servicio, en vez de estar al servicio de esta (y de las grandes compañías que las controlan).