Un principio fundamental de la política, y me atrevo decir que de la vida también, es el de vivir mirando al futuro sin anclarse en el pasado. No me malinterpreten. En todo hay que emplear la memoria, por supuesto, pero no hasta el punto de nublar la visión y la estrategia. No es posible olvidar los agravios cometidos contra personas inocentes, pero sí es preciso redefinir las alianzas por un bien superior: el Perú.

Más que en la realpolitik pienso en el sentido común. El Perú no podrá salir adelante de las sucesivas crisis que padece si no logra pactos estables en torno a políticas de Estado. El liderazgo político tiene que buscar y lograr esos pactos por encima de la división. Si algo nos ha demostrado el último quinquenio es que la política del odio promovida por una facción de la izquierda solo ha logrado empobrecernos y llevarnos al cainismo social. Rotos los diques del Derecho, el país polarizado abrió las puertas al radicalismo bárbaro.

Abandonar el resentimiento es la condición previa para la unidad allí donde la unidad sea posible. Construir los espacios de unidad que nos permitan conjurar el peligro del radicalismo es esencial para corregir el rumbo del país. Por eso, hemos de denunciar sin descanso los intentos de fragmentación, las desviaciones de la peruanidad, el afán de dividirnos y destruir al país. Vivimos de cerca la debacle del Estado de Derecho y la violación reiterada de la Constitución. Aquellos que buscaron implantar una hegemonía basada en la facción y el cártel sin legitimidad electoral son los mismos que nos condujeron a este extraño momento de convivencia kafkiana. Sin resentimiento, nunca debemos de olvidar.

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