Los sucesos en Puno y el consolidado de muertes por las radicales protestas políticas que ha vivido el país desde la asunción de Dina Boluarte han hecho tambalear, con razón, su Gobierno. Va a ser difícil mantenerse, lo reconozco, porque más de 40 fallecidos en casi igual número de días de gestión es un misil en las entrañas de cualquier régimen y una bomba de racimo dispuesta a desperdigarse de forma permanente. No obstante, hoy más que nunca, Boluarte no debería renunciar y hay varias razones para ello. En principio, la asonada tiene toda la traza de un revanchismo de las huestes de Pedro Castillo, el filoterrorista al que se le permitió llegar al poder. Hay muchos intereses afectados por su salida: Los mineros ilegales, el narcotráfico, los cocaleros y los hijos de SL camuflados en el Conare, el Movadef y el Fenate. Es desde esos sectores que se financia una lucha política desmedida y que no tiene ninguna justificación. Renunciar sería entregarles el triunfo en bandeja de plata. Otra razón además es que Boluarte representa una sucesión constitucional impoluta y los reclamos para que se vaya, desde un inicio, buscan no solo socavarla a ella sino generar una anarquía que permita a los sectores arriba mencionados pescar a río revuelto. Dina representa, ahora, la democracia, y si hoy esta no se impone, si cede al chantaje y la artimaña, mañana la pagaremos muy caro. Finalmente, Dina no debería renunciar no solo porque su salida no solucionaría la crisis, sino que la agravaría dejando la salida en manos de un Congreso fragmentado, impopular, hacinado de personajes impresentables y que ahondaría la implosión a falta de consensos. La gobernabilidad del país está en juego y con ella el sistema. No decimos desde aquí que las muertes no deban investigarse ni que no se hallen a los responsables materiales. Para ello está la Fiscalía. Bajo esa misma perspectiva, con valentía, Boluarte debe encaminar el país restableciendo el principio de autoridad, y haciendo prevalecer la legalidad. Le duela a quien le duela.