El periodista deportivo Silvio Valencia vive su propio calvario; echar más leña al fuego es innecesario. Finalmente, cada quien es responsable de lo que habla, y vaya que le han dado duro por sus desatinos en un programa radial del que forma parte cuando faltó el respeto a un entrevistado y en otro mandó al tacho con comentarios agraviantes todos los derechos adquiridos por la mujer en los últimos años. Ofreció disculpas, unos le creen, otros no; así es la vida. Y para colmo ahora enfrenta una denuncia fiscal por agresión a una policía; le llegó el paquete completo y de un porrazo. Pero dejemos un momento el ajusticiamiento mediático, vayamos al fondo, olvidémonos de Valencia, identifiquemos la causa. No hay que ser demasiado avispado para darse cuenta de que si hoy existen comunicadores desaforados, gritones y excesivos, responden a programas radiales que exigen eso, que han cambiado la discusión y la polémica bien hecha por un ring de box en el que hay que darse duro entre todos y de paso también a los entrevistados. Hoy se cree que ser cuestionador es sinónimo de quién grita más y se alza cual pavo real creyéndose el dueño de la verdad. Y es allí donde empiezan los excesos. Valencia es el fiel reflejo de lo que le piden sus productores, tendencia que empieza a ser cada vez más frecuente. La televisión no se queda atrás. Allí sí la situación es más grave, se hace “casi normal” escuchar a conductores de programas de espectáculos comentando las conductas personales, no los talentos. Calificando a las figuras de la farándula no por lo que aportan, sino por el escándalo que ofrecen, y luego de explotarlas toda una semana terminan olvidando sus nombres, relegando a muchas de ellas a la “categoría de apodos” por el solo hecho del insulto. Y no hablemos de las peleas entre los conductores que utilizan los mismos sets de los programas que conducen para decirse de todo y, en el peor de los casos, para contestar ataques de sus colegas de la competencia, mismas barras bravas de la pantalla chica. ¿No hay mejor forma de entretener que armando broncas? ¿Es indispensable el agravio para mantener atento al televidente? Y volvemos a preguntarnos: ¿es necesaria tanta violencia verbal en la radio y televisión cuando en la vida real y cotidiana la tenemos de sobra? No solo hay que indignarse con Valencia y usarlo como “puching ball” en las redes y pedir su cabeza. Los que están detrás de un micrófono y frente a una pantalla de televisión deberían pensar antes de hablar, bajar las revoluciones y eliminar cualquier atisbo de violencia. Todos se los agradeceríamos.