Nadie sabe exactamente el tamaño del poder militar de Corea del Norte y, mientras esa incógnita se mantenga, la actitud internacional hacia el régimen de Pyongyang deberá ser la discreción. Todos sabemos que Kim Jong-un viola sistemáticamente los derechos humanos de sus propios ciudadanos -mandó ejecutar por puro capricho a su propio tío- y de los extranjeros que llegan a ese país por diversas circunstancias. 

Un ejemplo es el caso de Otto Warmbier, quien fue detenido y encarcelado por el régimen sin motivo racional sostenible, y luego, en estado de coma por las torturas de que fuera objeto, lo devolvieron a su país solamente para morir a los pocos días. La represalia que tácitamente anuncia el presidente Donald Trump por este crimen incalificable, que ciertamente ha remecido a la opinión pública estadounidense, podría desencadenar un escenario cruento mayor que hay que evitar. 

Recordemos que el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio austro-húngaro, en Sarajevo el 28 de junio de 1914, fue el pretexto que desencadenó la Primera Guerra Mundial de consecuencias nefastas. Más de un siglo después en que el mundo ha experimentado un impresionante desarrollo tecnológico, cualquier ápice para insinuar una secuencia bélica, mejor ni imaginarla. 

La respuesta, por tanto, no puede ser militar y sin reacciones apasionadas, sino como funciona eficazmente en el mundo de hoy, es decir, con la sanción económica que para un país como Corea del Norte que depende prácticamente de China, sería letal. Aunado a ello, la acción de inteligencia -la CIA sabe como hacerlo- para que de las propias entrañas norcoreanas surjan las disidencias que acaben con un gobierno totalitario, dinástico, vil y personalísimo. El mundo no está para ensayar estrategias militares. Ello sería en modo indubitable el inicio de la involución humana.