La cúpula comunista que sigue al frente de los destinos de Cuba, ahora bajo el liderazgo de Miguel Díaz-Canel como presidente y Raúl Castro, ahora en la sombra conservando intacto el poder real en la isla que heredó de su hermano Fidel, el líder histórico de la revolución, acaba de reinstitucionalizar el cargo de primer ministro que fuera vituperado por Fidel Castro en 1976 para que nadie ni nada se interpusiera en el poder que solamente él quería. En efecto, al poco tiempo de consumada la revolución con el asalto por los guerrilleros de la ciudad de La Habana en el amanecer del Año Nuevo de 1959, a Fidel Castro le importaba únicamente fortalecer su poder entre los propios alzados y concentrar el gobierno revolucionario. El cargo de primer ministro, por tanto, jamás le gustó y como Fidel hacía y deshacía pues terminó sepultándolo. La pregunta que debemos hacernos ahora, entonces, es ¿Qué ha llevado al presidente Díaz-Canel a proponer a Manuel Marrero para ocupar este cargo que decidió desempolvar y cuya designación fue aprobada unánimemente por la élite del Partido Comunista de Cuba?. Considerando que si bien la figura del primer ministro o jefe de Gobierno es muy poderosa en los países europeos y que en América Latina no lo es, cae por descontado que Marrero actuará solamente como un buen coordinador de los ministros cubanos subordinados al mismísimo presidente. ¿Acaso Díaz-Canel quiere mostrarse abierto y sin aires de buscar concentrar el poder, queriendo transmitir ese mensaje a Raúl Castro, cuya partida terrenal se dará en algún momento?. Creo que el cincuentón presidente cubano quiere más liderazgo dentro y fuera del país y esperará con prudencia que se produzcan los epitafios de la mortalidad de los líderes cubanos con Raúl a la cabeza. Miguel espera mejores tiempos y mientras ello sucede -dejará a Marrero en La Habana- cumple con rigor el encargo de mantener o conseguir alianzas para Cuba. Ello explica por qué asistió en primera línea a la asunción de mando de Alberto Fernández en Argentina al sospechar que perdía ese tamaño de relación con la Bolivia de la derechista Jeanine Añez a la renuncia de Evo Morales, que acaba de incorporar a su país al Grupo de Lima inocultablemente antimadurista