Es bien conocida la historia del club de jazz “Peter Cat” que Haruki Murakami mantenía de milagro, a pura supervivencia, por el gusto de la música, antes de convertirse en uno de los escritores japoneses más leídos en el mundo. Esa pasión del narrador, ferviente creyente de que el jazz solo se puede escuchar en vinilos y tocadiscos, se puede leer en “Retratos de jazz” (Tusquets, 2025), libro que reúne una serie de breves perfiles de músicos de jazz, acompañados de ilustraciones de otro artista melómano, Makoto Wada. Los textos de Murakami nacieron a partir del arte de Wada, quien expuso sus dibujos en tres exposiciones durante la década de los 90. La publicación trae prefacios y epílogos de Murakami y Wada, una biografía sintetizada de los músicos, una lista de las canciones mencionadas por el novelista y las ilustraciones que retratan la alegría y vitalidad de Louis Armstrong, la soledad y misterio de Thelonious Monk (a través del azul y el verde en tonos oscuros), el talento único del swing de Ella Fitzgerald, la fuerza y agresividad de Miles Davis (en tonos anaranjados y la expresión de furia en su rostro) y el genio en plena ejecución de Duke Ellington, que aparece en la portada. Las aproximaciones de Murakami son de dos páginas y toma sus impresiones de los discos que más le fascinaron y que tuvieron, de alguna manera, un eco en algunos momentos de su vida, y también desarrolla aspectos claves de las vidas de los artistas de jazz y lo que significó para su obra y legado. Dice de Chet Baker: “Nada como su sonido puro y sin artificios para exorcizar el dolor alojado en nosotros; y nadie como él, con su don, para hacerlo posible”. Y de Billie Holiday: “Era increíblemente imaginativa y tenía una asombrosa capacidad para hacer volar las melodías. (...) Lo suyo no era arte, era magia”. De Davis: “No pide nada, no entrega nada. No solicita nuestra empatía ni sacia nuestra sed. Toca desde lo más hondo de una intuición musical pura y primigenia”. Murakami no solo demuestra lo que sabe del jazz, como un oyente fascinado por el enigma de la influencia de la música en la gente, sino que también abre su corazón, se pone melancólico y reflexivo sobre el paso del tiempo. Como una persona más que escucha la atmósfera creada desde el piano, las oleadas imperativas de la trompeta, la cadencia elegante del saxofón, la voz más nostálgica y suspira, callado, o disfruta de los inesperados sonidos desde la tranquilidad de la memoria.