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Bajo este título, diversos autores ilustran lo que creen marcará el antes y después de la educación tradicional. Les propongo una versión simple y accesible de la diferencia entre esa y la de vanguardia, a tono con los hallazgos de la psicología, pedagogía y neurociencias de estos tiempos:

1) Los niños no son pequeños adultos. Son personas completas, que se conectan con el mundo para aprender con la totalidad de su vida sensorial, afectiva y socioemocional. Su disposición a prestar atención y aprender disminuye cuando están estresados o preocupados por otros asuntos. Aumenta cuando están motivados, curiosos e interesados en lo que se está trabajando. Disminuye en ambiente de conflictividad y tensión social. Aumenta en ambiente de cooperación y buen ánimo grupal.

2) Siendo así, el rol de la escuela no es enseñar (desde el maestro, currículo) sino crear condiciones para que el niño quiera aprender, para lo cual primero lo acoge y luego genera provocaciones que den pie a cultivar su curiosidad e interés por aprender. En suma, el alumno no aprende cuando el profesor quiere sino cuando el alumno quiere, cuando el profesor logra que encienda sus motores internos del aprendizaje.

3) A la par aprende cosas “no curriculares” como “qué difícil son las matemáticas”, “me resulta fascinante armar robots”, “cuando yo hablo nadie me hace caso”, etc.

La verdadera revolución educativa asume al niño como ciudadano pleno desde que nace. Siente, piensa, actúa y aprende partiendo de sus experiencias que pueden ser placenteras o frustrantes, todo lo cual dejará huellas para toda su vida.