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A propósito de la sentida muerte del buen Ricky Tosso, bien vale una reflexión sobre el humor nuestro de cada día.

Para hablar del humor peruano debemos comenzar por decir que, sin duda alguna, es variopinto, multicolor. Y no podía ser de otra manera en un país rico en variedades.

Pero si hay una clase de humor que nos identifica, tiene que ser esa que conocemos como el “humor criollo”; ese que resulta un poco fuerte y a veces nos parece casi vulgar, que está siempre en el límite pero no llega a ser ofensivo. Ricky Tosso lo practicaba y no dejaba de ser un buen actor y director.

Nos gusta jugar con ese punto medio entre lo gracioso y lo tosco, el doble sentido y lo explícito, la burla y la sorna. Otra de las características de nuestra forma de hacer humor es que tomamos las cosas negativas como punto de partida y realizamos bromas, chistes o ponemos chapas. Mi querido...

Esa capacidad de pegarla de graciosos a partir de lo negativo es importantísima. En un país tan convulso como el nuestro, esa vertiente humorística nos sirve como válvula de escape. Si hablamos de política, por ejemplo, los imitadores cómicos parodian a los presidentes, a las primeras damas, a los políticos, a los corruptos, a los delincuentes; también remedan las huelgas, los conflictos, etc. Y esa dosis de alegría es la que nos relaja y hace que olvidemos tantos problemas coyunturales. Por eso Ricky Tosso se va en medio de aplausos.

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