Su nombre original en la serie japonesa era Hikaru Ichigyo y estaba lejos de ser un héroe. Icaro, como el griegoe con alas de cera que desafió a los dioses, era piloto de aviones acrobáticos en un circo volador, y un día después pescaba atunes -mutantes y gigantes- en la órbita de la Luna. Ese era Rick Hunter, nuestro ídolo de infancia.

Hoy amanecí con la nostalgia ochentera. El fin de semana estaba comprando regalos para un cumpleaños, acompañado de mi hijo y mi sobrino, ninguno mayor de seis años. Estaban entre Avengers y Transformer. Alucinados con comprar cualquier robot que se arme y desarme en muchas partes. Con muchas bombas, y cañones, y explosiones. Como todos los niños, pensaban que habían descubierto la pólvora, y que nadie nunca antes había inventado un juguete así, tan paja con todas piecitas de arma y desarma, y por supuesto, nunca nadie lo crearía.

En esas estabámos, y conversando con otros niños chibolos ochenteros, salió el tema de Robotech. Eran una maravilla (nunca antes había inventado un juguete así, y nunca nadie lo crearía...). Un avión que se convertía en un robot. ¡En un robot! Y con armas de plasma, y cañones en la cabeza, y misiles, y naves espaciales, y alienígenas gigantes, todo lo que podías querer a los seis, siete, ocho años, estaba allí. Una maravilla. Esos aviones que lo mismo podían volar entre los anillos de Saturno dándose de tiros con los malos, que lanzando una emboscada entre las ruinas de una vieja estación militar en Marte. “Les habla el capitán Global. Una vez que entremos en espacio enemigo, deberán las radios guardar absoluto silencio, bajo cualquier circunstancia”. Pucha, en qué otro dibujo animado íbamos los niños a encontrar diálogos como ese.

No teníamos cable, con canales dedicados enteramente a pasar programación infantil o si quiera de animación; es más, ni siquiera transmitían las 24 horas. A media noche tocaban el himno nacional y a negro, hasta las seis de la mañana siguiente. Y en tal panorama estaba ese héroe. Los chiquillos estábamos acostumbrados a ver y leer sobre Batman, Súperman y el Hombre Araña (Los Avengers son unos recién llegados al consumo masivo...) duros, inmaculados e invencibles; a ver a He-Man, Leon-O, en fin, acostumbrados a héroes incombustibles sin despeinarse, que no sangran, nunca pierden, ni tienen hambre, frío, que ni sufren ni se enamoran. Adecuados en fin, a esos modelos hechos más para adorar que para identificarse; ese era el panorama cuando los pulpines de ese momento vamos y nos cruzamos con Rick Hunter.

Poniéndome sincero, no sé cómo reaccionarían los papás ahora, o si yo mismo a los 6 años dejaría a mi hijo ver una serie así. De guerra, porque invasores alienígenas aparte, Rick Hunter era un piloto de combate, y matar venía incluido en el cheque a fin de mes. Y que lo maten también. Todavía recuerdo cómo me impresionó su angustia, el no poder dormir, la noche anterior a su primera misión; cuando a media noche asustado va a buscar a la chica que le gustaba, para decirle que se va y ella, inmortal como todas las quinceañeras, lo despide diciéndole con alegría espontánea “chau, Rick. Te veo a tu regreso”, y él responde sombrío para sí mismo, “adiós... no te das cuenta de que quizá no regrese”. Esas cosas cuando estás en primaria aprendiendo la tabla de 7, impresionan un montón.

Como impresionó la muerte de uno de sus mejores amigos, y luego la de “su hermano mayor”. Todos ellos pilotos de guerra. No sé; será que en los ochentas los diarios y los noticieros nos hablaban a diario de atentados terroristas, masacres y vivíamos entre apagones y coches bombas, pero la cosa es que ver que se mueran los personajes de tus dibujos animados nos parecía “normal”. Y nadie se indignaba de que en horario infantil pasaran esas cosas. Estaba además el tema de que el héroe se enamora, y le parten el corazón, y se vuelve a enamorar. Y uno piensa, manya, así debe ser la vida cuando se llegue a adulto, o al menos a joven post adolescente y se es piloto de un avión-robot.

Que se besen, se amen, se odien. Lloren juntos, se rían, coqueteen. Las chicas sufren cuando les matan al novio. Aquí es donde viene la eterna discusión que hasta ahora mantengo con viejos seguidores de la serie. Rick se debía quedar con Min Mey (cuidate Rick, te veo a tu regreso) que era linda, alegre, jovial, estrella de cine, romántica, cantante, joven como Rick que y le hacía la vida menos tediosa al héroe; o se debía quedar con Liza Hayes, seria, metódica, madura, recia y soldado hecha a la vida militar como Rick, y que le hacía la vida más ordenada al héroe. Nunca nos hemos puesto de acuerdo sobre cuál era la que le convenía a nuestro amigo. Y conforme pasan los años y dependiendo del estado de nuestras vidas, hemos cambiado de opinión una y otra vez, saltando de bando supongo que dependiendo de cómo nos sentíamos en ese momento.

Vida, muerte, amor y desamor. Todo enmarcado entre robots y naves espaciales. Y nosotros tan normal, con nuestros juguetes y nuestros dibujos animados. Me gustaba esa época para ser niño, te dejaba claro que no todo era el castillo de Disney con Campanita revoloteando por allí. Aprendías a falta de internet y los degollamientos que están a un clic de distancia, a que la gente normal tiene problemas, y se equivoca, que el bueno no gana siempre y que está bien tener miedo. Hoy a los chibolos les hablas de combates, y bueno pues. Ya saben.

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