Conforme uno se adentra en el estudio de las sectas la claridad sobre la doctrina católica emerge imparable, inconmensurable. Allí donde las sectas tergiversan y radicalizan, el catolicismo propone el sentido común y la racionalidad en las cosas divinas. Fe y razón se complementan, como bien lo han afirmado todos los teólogos católicos importantes. La Iglesia Católica ha sobrevivido a todos los perseguidores y famosa es la frase que Napoleón le espetó al cardenal Consalvi: “Voy a destruir tu Iglesia”. El cardenal respondió: “¡No, no podrá!”. Entonces el emperador repitió: “¡Voy a destruir tu Iglesia!”. La respuesta del cardenal Consalvi es para el bronce: “¡No, no podrás, porque ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”. Y así es, en efecto, si los católicos con nuestros radicalismos y nuestras miserias, con nuestros claroscuros y nuestras traiciones, no hemos logrado destruir a la Iglesia, nadie, nada podrá contra ella.
Esta tranquilidad, estar asentados sobre la roca firme de Pedro, hace que el catolicismo contemple el tiempo con la tranquilidad de los que saben que esto no se acaba acá. Los papas pasarán, los movimientos cambiarán, los carismas surgirán, y la Iglesia siempre será joven, fecunda, limpia, santa, apostólica y romana. Si algo nos ha demostrado la historia es que en la Iglesia el timonel es Cristo y que en la barca de Pedro, aunque parezca que Él duerme, llegado el momento, cuando arrecie la tormenta, Él despertará.
Por eso son inútiles las cábalas sobre el sucesor de Pedro porque Cristo es y será siempre la cabeza de su Iglesia. Esperemos con fe y actuemos con razón, abriendo los brazos a todos y perdonando sinceramente a los que se creen mejores que los demás.